EL CUENTO DE LA ABUELITA


El pozo

Adaptación por Josefina Jones y Andrés Arriagada
fotografía Bastián Pellegrini


Era una tarde como todas, al lado de mi abuela, la de las memorias increíbles y de los recuerdos tristes. Esa abuela de muchas historias asombrosas y casi imposibles de creer. Me acuerdo de una de ellas en especial. Especial por lo que ocurrió, y simplemente, porque me dejó un sentimiento de extrañeza, y de pensar que también me puede pasar. Ella le decía “El Pozo”.

Ocurrió cuando tenía 12 años. Ella y sus doce hermanos vivían en Molina. Su mamá tenía una gran cantidad de patos y gallinas. En un día cualquiera, donde el sol alumbraba el camino de los habitantes del pueblo, y en donde como todos los días, mi abuela estaba a cargo de cuidar los patos y las gallinas de su madre. Una señora X, se llevó los animales. Afortunadamente para mi abuela, ella alcanzó a observar el momento del robo; la razón de su deplorable y paranormal estado. En el momento en que mi abuela se dio cuenta del extravío de las aves, de forma inmediata avisó a su madre ya que ella, estaba cien por ciento segura, de lo que sus ojos divisaron en aquella instancia. Cuando la señora se enteró de que mi bisabuela sabía la verdad, se enojó mucho con ella y la llevó hasta un pozo.

Cuando llegaron a ese inhóspito lugar, perfecto ambiente para asustar a alguien, la maldita señora, obligó de forma violenta y con rabia a mi abuela, a mirar al fondo del pozo, diciéndole con una desenfrenada ira: “Esa vas a ser tú, ¡una rana gorda, horrible, que ninguna persona quiere tener cerca, una inservible y una inútil!”. Frente a esas palabras, mi querida abuela, solo podía llorar, porque sentía que las palabras de la señora eran realistas. Ella realmente era gorda, y todas aquellas personas sin sentimientos, comenzaron a molestarla en forma sarcástica e irónica por su físico, provocando inevitablemente en consecuencia, la tristeza, soledad, y la peor sensación que una persona puede sentir de rechazo ante la apariencia.

Como todos se burlaban de ella, mi abuela, lo que más imploraba y deseaba era ser delgada. Entonces no encontró un mejor medio para cumplir su deseo, que acudir a la única persona que no se había burlado de ella: Dios.

Una tarde fue al lugar de oración, se arrodilló frente al altar y le pidió llorando a Dios, que una enfermedad, le invadiera para quedar delgada. Con el paso del tiempo y la desesperación que tenía entonces, ya no recordaba bien, que virus o bacteria le había provocado la enfermedad, pero al parecer, fue el tifus.

Lo que si es cierto, es que esa enfermedad, la que la salvaría de su desgracia, la maravillosa que le iba a cambiar la vida, la dejó un mes y medio en cama, y adelgazó tanto que hasta no podía moverse, ni tampoco caminar. Desde entonces, todas las personas de Molina, ya no la conocían como la gorda, sino, como la flaca.






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