EL CUENTO DE LA ABUELITA


Mi mujer, mi hija, la cama y las putas

por c.a.s.p.e.r.


Y dale con pensar en la musiquita que sonará o ser el único en la familia en tomarse una cañita de vino antes de trabajar.

Me gusta la cama, más que la cama, me gusta el puterío, si el puterío, el jueguito de los ángulos, las sonrisitas del velador, la boquita seca en la mañana, el agüita y más que el agüita, en la forma en como se la echa a la boquita y más que el agüita, las tantas cosas que acaban en esa boquita.

- Sáquele la ropita, sáquele la ropa, no ve que de negro es mejor. Es más suavecito todo y no se llora tanto, y sabe, en realidad no duele tanto, ni arde, ni quema- decía la tía

No era el único que acabó encima mío, me gusta la cama me decía, y más que la cama le gustaba el puterío. Que acabe luego le gritaba mirando el techo, abriéndola, como si brotara la leche de encima y su boca fuera un tarro sin fondo. Que acabe por favor le gritaba, que no la quiero ver quejándose.

- Y lo va a lavar antes de meterlo. Lo va a lavar o lo meterá así no más – decía su hija, con el cuerpo bañado en sudor y lágrimas.

Se quejaba tanto, que le dolía me decía, y le daba la espalda, y más que la espalda, que me dolía decía, pero eso da lo mismo, porque duele una tarde, duele una semana, pero después se pasa y viene otro, y más fuerte y también acaba adentro, y la boca se vuelve a poner seca.

Voy a terminar decía, voy a terminar decía en las noches, antes, después de dormir.

Ese día grito toda la noche, y las cinco noches anteriores, el grito, la queja, las piernas, el pecho, el calor, las sábanas, la cama, el crujido del catre, el amor, el sexo, la entrepierna, cada uno, cada vez, uno al lado del uno acostados, como si fuese un rezo, una plegaria que se estuviesen pegando en nuestras carnes.

Polvo, peguémonos un polvo, un buen polvo, que me coma el pecho, que lo hunda, que se le arruguen los pezones le decía, que se me arrugue, que se me arruga y se estire a lo largo, a los niños amarillentos que brotan de su boca llena de nata.

Que se me arruga decía le, que me duele cuando lo meten, cuando me lo meten, cuando me lo entierran, duele pero se pasa, si fuese un martes, en especial de abril, se pasaría un jueves porque los jueves vuelve, vuelve y me toma por atrás me saca la ropita, me sienta en la esquinita de la pieza, lo saca y lo mete.

Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete
Lo saca y mete, como un rezo, como un rezo, como si fuese necesario.

La abuela lo lavo, cambió las sábanas y lo arreglo. Ese mismo día en la tarde estábamos de vuelta en la casa, ninguno lloró mucho, la abuela decía que todo pasa, la tía seguía diciendo que fue una ceremonia hermosa. Ese día hace 10 años unas putas de la casa de la esquina llegaron avisando que el abuelo se había golpeado en la cabeza arreglando una marquesa de una de las camas del prostíbulo.

Nunca más nadie tomó vino ese año.






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